Desde fines del siglo XVI, de forma paralela al dominio protestante inglés en Irlanda, se produjo una fuerte emigración irlandesa a la Península Ibérica y a los Paises Bajos españoles.
Procedían en su mayoría de la provincia de Munster, en el sur de Iralanda, o de ciudades de las costas este y sur de la isla.
El flujo migratorio fue muy fuerte a lo largo del siglo XVII intensificado por las crisis económicas y sociales. Más de 70.000 irlandeses, entre hombres, mujeres, niños y ancianos, migraron entonces a los territorios de la Monarquía Hispánica. Sus destinos fueron el Ejército, la Iglesia (origen de los Colegios Irlandeses) el comercio y la artesanía.
En la primera mitad del siglo XVIII varios grupos de élite de los exiliados ocuparán espacios significativos de poder en la Corte, Gobierno (Ricardo Wall y Devreaux fue Secretario de Estado) en la actividad comercial y en el Ejército. Dentro de éste se crearon tres regimientos de infantería: de Irlanda, de Hibernia y Ultonia activos hasta 1818. En ellos sus oficiales impusieron un fuerte control endogámico a lo largo de todo el siglo.